La demostración entera es imaginada por Zoe, una muchacha triste y desesperada que no hace caso a sus padres, y que sueña en el mundo curioso de Quidam en una tentativa de escapar de su tristeza. Quidam, palabra francesa que se aplica a un transeúnte anónimo, a un ser perdido en la multitud.


Y comienza el espectáculo. La destreza de los artistas destaca por encima de todo, y si alguien creía haber perdido la capacidad de sorpresa... no tiene más que ir a verlo para descubrir su error. Yo mismo me vi en varios momentos con la boca abierta (literalmente) con sus evoluciones, especialmente en el acto de malabarismo y manipulación ya cerca del final. Pero hay mucho más detrás y debajo de la perfecta ejecución de los movimientos, pues no son sólo números circenses maravillosamente ejecutados; es ballet también, y teatro, y sonido, y música en directo, y color, y luces, y sombras. Todo fantásticamente encajado en un conjunto que no puede prescindir de ninguna de sus partes. Y para relajar un poco tal sobrecarga de emoción y belleza, los momentos de humor con participación del público, todos soberbios.
Comienza Quidam con la Rueda Alemana, uno de mis actos favoritos; después la maestría de las malabaristas con los Diabolos y la Contorsión aérea en Seda; luego, los Super salta cuerdas, evolucionando por la plataforma giratoria en solitario y en grupos que llegan a acumular hasta cuatro cuerdas sobre un mismo saltador.


Continúa la noche con el sexto acto, Handbalancing (acto en rotación), las Redes españolas y dos nuevos actos en rotación, Malabarismo/Manipulación (asombroso) y Vis Versa. Pero ya hemos repuesto fuerzas en el descanso de media hora con una copa de cava, palomitas y algún refresco, todo cortesía de la organización por haber tenido la suerte de acudir la noche del estreno.



De nuevo observamos el techo del Grand Chapiteau, a donde llegan los artistas con su Nube Osciladora de cuerpos y cuerdas; a continuación el número Banquine (de lo mejor) y, para tristeza de todos, El Cierre de las Cortinas (el finale). Y ahora es el momento de levantarse y aplaudir hasta dejar las palmas enrojecidas.



Ni siquiera tuve tiempo, entre asombro y asombro, de echar de menos una cámara con zoom con la que haber obtenido alguna foto más en condiciones, aunque la lógica prohibición del uso del flash y la extraña manía de los artistas de no estarse quietos un momento hubieran hecho difícil tomar alguna instantánea que no estuviera movida. En definitiva, mi más encarecida recomendación para que vayáis a disfrutar del Cirque du Soleil si queréis tener una noche tan mágica como fue la mía.
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